Por malo que sea un árbitro, el Real Madrid no puede terminar un partido con el entrenador, su ayudante y dos jugadores expulsados, patéticamente desgarrado por la indignación. Lo que ayer sucedió en El Madrigal no daba para tanto drama.
El Villarreal empató gracias a una falta que pudo no serlo, vale. Tan verdad como que Arbeloa hizo dos penaltis (uno escandaloso) y no le pitaron ninguno. Pero me niego a seguir escarbando en la lista de reproches. El fútbol tiene estas cosas y los árbitros suelen ser gente susceptible y de gatillo fácil, mucho más cuando se sienten acosados. La supina estupidez es incidir en sus complejos.
Si el Madrid se hubiera dedicado a jugar al fútbol hubiera ganado con diez, porque incluso con nueve sembró el pánico en los últimos minutos. Sin embargo, el banquillo transmitió desde el primer momento un nerviosismo contagioso que terminó por arrastrar a los jugadores. Esa actitud hace más frágil y estrecha la diferencia de seis puntos con el Barcelona. El Madrid ha perdido mucho más que cuatro puntos en dos partidos: ha perdido la compostura y la sensatez.
La noche no había empezado bien para el visitante. En la primera mitad el líder dejó una imagen inusualmente mala. Ya sea por el cansancio o por la proximidad del Barça, el equipo estuvo aturdido, sin orden ni concierto. Tampoco ayudó el cambio táctico. Mourinho alineó un trivote (Xabi, Lass, Khedira) y dejó a Kaká en el banquillo, lo que espesó el juego madridista.
Nadie se libraba del suspenso. Los malos partidos son altamente contaminantes y jugadores tan poco sospechosos como Ramos parecían mortalmente distraídos; no se explica de otra manera que Nilmar le ganara una carrera y le robara un balón, propiciando dos ocasiones clarísimas. Arbeloa, entretanto, se aplicaba a sus penaltis y Cristiano trataba de arrancarle una mentira a su espejo mágico.
Tal y como estaba previsto, los jugadores locales fueron recuperando la autoestima según pasaban los minutos. Senna y Bruno se curaron de la amnesia tras combinar cuatro veces: tuya, mía, mía, nuestra. El primero pudo marcar luego de disparo lejano que silbó junto a un poste de Casillas. Fue un aviso y nadie se lo apuntó.
Los mejores acercamientos del Madrid fueron a balón parado y tuvieron a Pepe como jugador más próximo al gol, lo que da fe de la confusión. El caos llegó a su momento top cuando Mourinho cambió a Lass en el 28'. El francés había visto una amarilla en el 3' y pudo ser expulsado poco después. Cuando hizo por protegerse, el técnico se enfadó y le sustituyó por Callejón, lesionado al rato.
Así discurría el partido hasta que los jugadores del Madrid entendieron cuánto ganaban apretando un poco. Consecuencia de ese empuje marcó Cristiano. La jugada del gol nació buena y Özil la hizo sublime: pared de tacón a Ronaldo, que batió a Diego López con absoluta superioridad, la que mostró el Madrid desde entonces.
Por eso sorprendió tanto el empate. Senna chutó una falta protestada y el balón botó aviesamente antes de ser gol. En ese instante sucedió lo que ya saben: la historia se transformó en histeria. El madrid de la entrado el miedo, el canguelo y ha dejado escapar 4 puntos en los últimos 2 partidos y su ventaja es solo 6 puntos, el barcelona huele sangre y asecha.
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