Dentro del campo, Gilberto Silva nunca ha sido un fuera de serie: se dedica a recuperar balones muchos y, enseguida, pasarlos a un compañero. Sin deleite ni genialidad, pero con precisión. Eso le sirvió para convertirse en un fijo de la selección brasileña campeona del mundo y capitán de un equipo como el Arsenal. 

Fuera de la cancha, esta descripción también es válida: después de nueve años en Europa, el volante milita actualmente en el Grêmio, es discreto y no hace declaraciones bombásticas. Habla bajo, pausado, pero siempre dice lo correcto. Tanto que es, a su manera, un líder indiscutible, a sus 36 años. Ha hablado con FIFA.com sobre eso: liderazgo y experiencia. 

Se habla mucho de las dificultades que ha tenido la selección brasileña para funcionar, debido a la juventud de su plantel. Usted estuvo mucho tiempo en aquel ambiente. ¿Está de acuerdo con este análisis?

Ha sido difícil, claro. No solo para los jugadores, sino para Mano, que está teniendo que aprender todo por su cuenta. Recuerdo bien a Dunga, cuando llegó: aunque lo hubiese vivido todo y un poco más como jugador, la situación es diferente. Y Mano no cuenta con tantos jugadores de los que puedan asumir la responsabilidad. Esa es una gran dificultad.

¿Qué diferencia puede suponer, en la práctica, la presencia de gente más experimentada?

Es importante para que los más jóvenes, en un momento de presión, miren a su lado y tengan a alguien que les diga: “Tranquilo, va a salir bien. Vamos a hacer así y así”. Es importante tener eso para dar tranquilidad en los momentos de presión y para orientar cuando las cosas van bien, para que no haya relajación. Son cosas del día a día fuera de la cancha: estar en un segundo plano,. Eso es importante tanto en un club como en una selección.

Cuando usted era joven, ¿se benefició de la presencia de ese tipo de jugadores? ¿De cuáles?

Ah, sin duda. El principal creo que fue Marco Antônio Boiadeiro, al principio de mi carrera, en el América Mineiro. Aprendí mucho con él: siempre tenía una historia para contar, algo que guardaba relación con lo que estábamos viviendo. Después estuvieron también Tupãzinho y Ricardo, un central que jugó en el Corinthians. Y, en la selección, Cafu fue, sin duda, un tremendo ejemplo. Ayudó mucho, muchísimo, cuando llegué. A veces ni siquiera hacía falta hablar: solo por estar a su lado, oyendo las historias, ya aprendía.

¿Y ahora hace usted lo mismo en el Grêmio?

Lo hago, y lo hago encantado: hablo con los muchachos sobre las cosas de la carrera y de la vida. A medida que pasan las generaciones, las cosas cambian. Primero, en la manera en que se produce la transición de las categorías de base al profesionalismo, aunque los cambios del mundo también vienen juntos. Así que si hay algo que yo pueda hacer es servir de ejemplo para que los chicos tomen las decisiones adecuadas, porque es muy fácil perderse. Muchísimo. Hay que saber que se tendrá que renunciar a muchas cosas de la juventud, a muchas cosas que viven otros muchachos. Algo que veo mucho es que los jóvenes están impacientes por que las cosas salgan bien, y ante la primera frustración se pierden. Pero hay que tener paciencia y perseverancia. 

Esas, además, son dos características distintivas en su carrera, ¿no?

Sí que lo son. Yo nunca he tenido ansiedad. Soy muy paciente. Siempre he sabido entender que las cosas llevan tiempo. Uno quiere que todo llegue rápido, e incluso hay que querer que sea así, pero sin dejar que eso nos confunda. Creo que para mí también supuso una diferencia porque no crecí dentro de un club, como la mayoría. Tuve que irme del juvenil a los 16 años, para ayudar en casa: pasé dos años y medio trabajando en una fábrica de dulces. No volví al club hasta los 19, y poco a poco fui aprovechando cada oportunidad que surgía. Fue un proceso que me hizo madurar como jugador y como persona. A fin de cuentas, la gente respeta eso. No digo que fuese una batalla diaria, pero sí que fue una conquista.

¿La posición de volante ha cambiado? Parece que hoy en día se habla más de centrocampistas que atacan y defienden y menos de aquellos como usted, responsables sobre todo de la protección defensiva.

Es cierto. Ese concepto ha cambiado, especialmente aquí, en Brasil, donde siempre se oye, en los programas de televisión, a gente hablar de “volante moderno”. Los que no participan en el ataque, los que no marcan goles, no son modernos. Mucha gente piensa eso. Yo fui muy criticado por esa función que siempre he hecho, de preocuparme sobre todo por robar el balón. Pero la cuestión es observar cuántas veces los centrocampistas del equipo rival dejan de trabajar por culpa de un jugador así. Creo que antes había, sí, más volantes con ese cometido de hacer el “trabajo sucio”: realizar la cobertura defensiva, sin perjudicar el aspecto ofensivo del equipo. Tanto que hoy vemos una tendencia a utilizar centrales en esa función, como ha hecho el Palmeiras con Henrique, por ejemplo. En el futuro, tal vez veamos más eso: centrales asumiendo ese papel cuando el equipo lo necesite.

Si usted tuviese que confeccionar un equipo, ¿lo haría con un volante así, más centrado en el aspecto defensivo?

Varía según la situación, por supuesto, pero en principio lo haría con un jugador que tenga esas condiciones: saber defender y pasar el balón. Pero debe formarse desde muy pronto al jugador para que ejerza esa función, y los brasileños no siempre son obedientes y disciplinados para llevarla a cabo. Basta con ver un partido en Brasil, y ver cómo las líneas ofensivas y defensivas se desmontan todo el tiempo. Si vemos un partido en Inglaterra o en Italia, eso no sucede.

Y, en lo que respecta a la calidad técnica, ¿qué impresión le ha causado la liga brasileña?

Ha sido mejor de lo que yo esperaba. Cuando llegué, escuchaba hablar mucho del declive en el nivel del fútbol brasileño, pero no es verdad. Y, a medida que va llegando más gente con experiencia internacional, como Forlán y Seedorf, los clubes y los futbolistas de aquí se motivan todavía más para jugar en Brasil.

Es lo que ha pasado, por ejemplo, con un ex compañero de selección y ahora de club, Zé Roberto. ¿Usted tuvo algo que ver en su llegada al Grêmio?

Pues sí, me alegré mucho de que llegase a un acuerdo con el Grêmio. Hablamos, y le dije que viniese, por el plantel que tenemos, el ambiente del club. Llegó y se convirtió de inmediato en una pieza importante del equipo, algo que no me sorprende en absoluto, por lo profesional que siempre ha sido él. Es otro caso que demuestra que la contratación de jugadores de más de 30 años puede valer la pena, estos ejemplos están acabando con el recelo de los clubes. Hay que terminar con esa historia: si el jugador es un profesional, puede no solo llegar a esa edad jugando bien, sino también ser una referencia para el grupo.

Entre los brasileños más jóvenes con los que usted no tenía contacto cuando estaba en Europa, ¿quién le ha llamado más la atención?

Bueno, Neymar me impresiona más aún que cuando apareció. Me ha llamado mucho la atención verlo madurar. Sea cual sea la situación, él siempre responde. Fernando, mi compañero en el Grêmio, ha aprendido mucho, muchísimo. Ha crecido muchísimo. Bernard también, acaba de aparecer y ya se ha convertido en una referencia en el Atlético Mineiro. Estos muchachos tienen que jugar y ser importantes, pero no pueden ser responsables de sus equipos.

¿Y eso es lo que, en su opinión, se ha producido demasiado en la selección?

Sí, en la selección, sobre todo con Neymar, pasa demasiado. Su calidad marca diferencias, y tiene que ser así, además. Si tiene 20 años y, aun así, dentro de la cancha consigue conducir al equipo a victorias, genial. En mi opinión, desempeña muy bien ese papel, por la confianza que tiene. Pero la presión es muy grande, y ayuda tener gente más experimentada que comparta ese peso.

¿Quién, por ejemplo?

Yo no estoy viviendo el día a día, claro, pero así, desde fuera, yo diría que llevaría a Kaká a la selección. Elano también ha recuperado su mejor fútbol, y podría ayudar. O incluso a Maicon.