Emery siempre se lo pone en chino a Guardiola... pero nunca le gana. El entrenador del Barcelona tiene la capacidad de sobrevivir de forma tozuda a un entrenador que siempre le encuentra las cosquillas y que nunca había estado tan cerca de rubricar con triunfo un notable ejercicio táctico. Tan cerca o tan lejos porque el Valencia asfixió al Barcelona durante una hora pero terminó acorralado y pidiendo la hora. La moraleja es obvia: nunca dejes vivo al Barcelona. De la felicidad al susto y de tener cerca los tres puntos a necesitar las paradas de Guaita y las decisiones de Velasco Carballo para rescatar uno.
Había dicho Pep Guardiola el martes que era muy arriesgado plantarse en Mestalla con defensa de tres. Como si no hubiera atendido su propia advertencia o como si quisiera hacer una demostración práctica, el Barcelona se suicidó en la primera parte de Mestalla con tres defensas y un agujero descomunal en la banda izquierda. Así, con dos goles encajados en dos malas jugadas defensivas, se puso el Barcelona infinitamente cuesta arriba un partido al que le costó horrores volver. Empató en Mestalla y ya se le han escapado cuatro puntos. Uno menos que al Real Madrid. Nueve entre los dos, metralla en el debate de la Liga bipolar. Otra moraleja innegable: El título seguramente volverá a ser cosa de dos pero cualquier campo puede ser una trinchera y cualquier partido un infierno.
Las miserias del arranque del Barcelona, de Hyde a Jeckyll, no deberían tapar los méritos del Valencia, un equipo con un impulso vitalista que le hace compacto, serio, vibrante. Mérito de la directiva en su proyecto de reconstrucción desde el ahorro y mérito infinito de un Unai Emery que siempre retuerce sus partidas de ajedrez contra Guardiola. Escrupuloso en el estudio del rival y la planificación del partido, planteó una presión que alienó la creación del Barcelona, provocó una jaqueca a Xavi y secó las vías de juego de un rival durante demasiados minutos irreconocible: plano, hipotenso, atrapado en un galimatías táctico perfectamente interpretado por Banega, señor del juego hasta el arreón azulgrana final.
Porque si el Valencia lució palmito con toda la Liga mirando, el Barcelona ofreció en la primera parte su cara B, una versión intolerable por pobre. Se descompuso por su fragilidad atrás, que le provocó una inseguridad que le atenazó en todas las zonas del campo. Con Puyol superado por Soldado y Abidal horrible en el cierre, el Valencia lanzó su órdago superando a Mascherano por la izquierda con Jordi Alba y Mathieu. Un desequilibrio básico en el que se cebó el equipo valencianista: gol en propia puerta de Abidal, gol de Pablo y una ocasión marrada por Soldado a puerta vacía. Todas en la primera parte y ante un Guardiola tozudo que no tocó nada hasta el descanso y al que le salió mal la ruleta rusa a pesar de que Pedro empató a continuación del primer gol y con la principal coartada de un penalti ruidoso de Rami a Messi todavía con empate a uno.
El Barcelona vuelve a la vida
El Barcelona reseco del primer tiempo necesitó casi la mitad del segundo para entrar en calor. Durante una hora chocó contra la misma muralla, dejó correr un chorreo de minutos en los no creó ocasiones, no combinó, no tuvo velocidad ni verticalidad, no recuperó balones... el Valencia jugaba cómodo, esperando un asedio que tardó en llegar con un plan que premiaba el orden, el trabajo descomunal en el centro del campo, la tela de araña alrededor de Messi y Xavi.
Pero el Valencia perdonó y dejó respirar a un Barcelona que se encontró después de un trabalenguas táctico del que salió reconocible cuando se agotaba el tiempo: comenzó el segundo tiempo con defensa de cuatro y acabó cerrando con tres, ya sin Puyol y con Adriano, Villa y Thiago en el campo. El asturiano y el brasileño abrieron el campo y el canterano liberó a Xavi en la creación. Y de repente el partido fue otro, el Barcelona a toda máquina, el Valencia acogotado.
Cesc, que había estado fuera del flujo de juego, volvió a encontrarse con Messi. Mascherano remató a al cruceta. El Valencia se encontró de repente atrapado atrás, colgado del sufrido esfuerzo de Rami Y Víctor Ruiz. Messi falló ante Guaita lo que nunca falla y después regaló el segundo gol a Cesc. De ahí al final el 2-3 fue una sombra que se alargó sobre Mestalla: Guaita salvó un remate a bocajarro de Villa y Velasco Carballo no vio, sobre la hora, otro penalti a Messi.
Todo eso necesitó al final el Valencia para rescatar un punto tras firmar dos tercios de partido excelentes. Y eso dice mucho de un Barcelona orgulloso que pasó de perseguido a perseguidor. La sensación final fue que el partido fue intenso y hermoso, que el Valencia es un equipo competitivo y que nunca, nunca, hay que dejar con vida al Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario